viernes, 2 de enero de 2009

¿Es Viable el Relativismo Cognitivo?

Lo que podríamos llamar “relativismo cognitivo” es la concepción (u opinión) de que la realidad y la verdad se reducen a una mera cuestión subjetiva. Más precisamente, que el valor de verdad de los enunciados que se refieren a la realidad depende de quien los enuncia. Tenemos así dos conceptos a considerar: realidad y verdad. En la presente reflexión adoptamos el supuesto de que la realidad existe independientemente del hecho que la conozcamos o no. No es verdadera ni falsa, simplemente es, (verdad y falsedad se predican de proposiciones, no de entidades reales). Esto parece trivial, pero no lo es. De hecho, existen corrientes de pensamiento que afirman que el mundo es una “construcción social”, o “nuestra representación”, o cosas por el estilo. Se confunde la realidad con nuestro conocimiento de ella. De acuerdo a estas ideas, el planeta que habitamos (por ejemplo), no existía cuando no había seres dotados de un sistema capaz de conocer o de sociedades capaces de “construirlo”. Pero no es éste el tema que nos ocupa.
En cuanto a la verdad, vale la pena recordar que ésta se encuentra el nivel gnoseológico, y su análisis depende de la postura que adoptemos al momento de indagar si podemos conocer algo y de qué modo podemos hacerlo. Existen quienes afirman que la verdad es lo que cada cual cree que es, de modo que mi verdad es la mía y tu verdad es la tuya. Lo que yo pienso es mi verdad y lo que vos pensas es la tuya, la verdad objetiva no existe, sino que depende de la “óptica” o del “punto de vista” de cada uno. Esto indica facilismo, pereza intelectual y además pone en evidencia una postura que paraliza el debate serio y el intercambio de ideas. De acuerdo con tal postura, existirían tantas físicas como concepciones (individuales o de grupos de individuos) de la Física, (por dar un ejemplo). Además, no creo que Galileo, Newton, Einstein, Bohr, y otros pensadores notables estrujaron sus cerebros nada mas que para encontrar sus “propias” verdades. ¿Será que estaban convencidos de que los resultados de sus investigaciones producirían verdades sólo para ellos? .Honestamente, no lo creo así. La historia muestra que los científicos pretenden que los resultados de la investigación se organicen en sistemas llamados teorías objetivas (tanto como sea posible), es decir, independientes de los gustos, preferencias o caprichos de nadie. Es cierto que existen teorías que rivalizan en cuanto a la descripción de determinados sectores de la realidad, pero justamente lo hacen porque se intenta saber cuál de ellas se ajusta mejor a los hechos, es decir, esta “puja” entre teorías existe porque se supone que los hechos pueden describirse objetivamente. Si no fuera así, ¿qué sentido tendría la comparación de teorías rivales?, en todo caso, se aceptaría cada una con su propia descripción, y asunto terminado.
En resumen, el relativismo cognitivo puede ser válido en el terreno del arte, tal vez la Teología, o cuando entran en juego convicciones religiosas, pero es erróneo afirmar que vale en el terreno de las Ciencias fácticas. La pretensión de objetividad está implícita en la actividad científica. De hecho, el investigador asume (aunque no siempre explícitamente) que el mundo existe de por sí, independientemente de nuestro conocimiento de él, que podemos conocerlo, al menos parcialmente y provisoriamente, y que los eventos son naturales y legales. Y por eso se empeña en tratar de conocerlo y averiguar como funciona. Y por eso existe la Ciencia. Y por eso existe la tecnología, fundada en aquella.

Pensamiento Crítico.

El pensamiento crítico es la antítesis del pensamiento mágico, del místico y del dogmático. El pensamiento mágico implica la admisión de la existencia de procesos milagrosos, el pensamiento místico implica la supuesta comunicación con deidades, y el pensamiento dogmático la aceptación de “verdades” o enunciados que no son susceptibles de ser examinados. Existen dogmas religiosos pero también racionales, como bien lo señaló José Ingenieros. Así por ejemplo, muchas normas morales no están fundadas necesariamente en la revelación ni la observancia de mandamientos divinos, pero aún así se consideran incuestionables e incorregibles. El pensamiento crítico es, obviamente, muchísimo mas joven que las otras clases de pensamiento, y es el que ha permitido el desarrollo intelectual del hombre, así como los resultados de dicho desarrollo (no todos buenos lamentablemente). De todos modos, aunque los resultados beneficiosos del pensamiento crítico superan abrumadoramente a los perjudiciales, en nuestros días coexisten todos estos modos de pensar. De hecho, conviven la ciencia, la religión, las supersticiones y la New Age.
No resulta sencillo dar una definición de pensamiento crítico, y tal vez tampoco sea muy útil. En consecuencia, considero mas adecuado adoptar un criterio pragmático. En efecto, mencionaré algunas pautas (o sugerencias si se prefiere) que debieran observarse para el desarrollo del modo crítico de pensar, admitiendo que las mismas no agotan el tema.
Considero que deben fomentarse los siguientes hábitos:


1) Hábito de convencerse por sí mismo acerca del grado de verdad de lo que se lee o escucha.
Esto significa que debe evitarse aceptar que tal o cual teoría u opinión es verdadera o aceptable porque así lo afirma tal o cual pensador, o profesor o individuo que tenga cierta reputación, o porque así lo afirman las escrituras (sagradas o no). La aceptación de ideas siguiendo este criterio implica incurrir en la conocida falacia de “apelación a la autoridad”. Se hace indispensable, por tanto, adquirir conocimiento, dudar, analizar, ajustarse a la lógica, y de ser posible exponer y exigir pruebas referentes a lo que se afirma.


2) Hábito de intentar definir o aclarar el significado de los conceptos involucrados en el tema que se trata.
Esto está íntimamente vinculado con el uso (y abuso) del lenguaje. Este punto es de suma importancia, y merece la pena que nos detengamos un poco en su análisis. El lenguaje es la herramienta que nos permite comunicar ideas y pensar, y de allí su crucial importancia. No debemos olvidar que existen discursos caracterizados por una aparente erudición y el uso de palabras impresionantes, pero que se desmoronan ante el más elemental análisis lógico y semántico, (tal como la mayoría de los discursos políticos, los que suelen valerse de la metáfora, la ambigüedad y el juego de palabras para lograr la persuasión). Es muy frecuente encontrarse con personas a las que les encanta valerse de palabras “difíciles” y rebuscadas para expresar sus ideas, y en muchos casos ni siquiera conocen el significado de aquellas, pero de ese modo disimulan la vaciedad o inexactitud conceptual.
Así también, ( por citar un ejemplo), alguien, refiriéndose a los nuevos “paradigmas” de la “nueva ciencia”, escribió frases grandilocuentes y audaces pero carentes de sentido tales como “todo causa todo lo demás”, “la materia y la mente se implican mutuamente”, etc., sin preocuparse por explicar qué entiende por los conceptos designados por las expresiones “causa”, “mente” y “materia”. La no elucidación de estos fundamentales conceptos ontológicos puede conducir a divagues de todo tipo.
Otro ejemplo: la palabra favorita (y de moda ) de la que abusa mucha gente es “energía”. El abuso de este término ha llevado a la acuñación de expresiones tales como “la misteriosa energía de las pirámides”, “la energía espiritual”, etc., etc., etc., como si la energía fuera una entidad “fantasmal” que existe por sí misma, independientemente de los sistemas que la poseen, (además, no es una entidad sino una propiedad). Cuando a la mayoría de esas personas se les pregunta que entienden por “energía”, se dan cuenta que han usado un término sin saber el significado del mismo.
Finalmente, analicemos la expresión “la única verdad es la realidad”, la cual, tomada literalmente, es semánticamente inconsistente, a tal punto que es una aberración lingüística, (y ni siquiera es bella como expresión poética, aunque tal vez sea persuasiva como metáfora populista). El problema de esa afirmación es que identifica dos conceptos que se encuentran en distintos niveles, la verdad, que pertenece al nivel conceptual, y la realidad, que se encuentra en el nivel ontológico. La verdad es el valor que asume una proposición según que se adecue o no al hecho a que se refiere. La realidad simplemente es. Es como si dijéramos “el número cero es el más humilde de los números”. Se atribuiría una propiedad que puede poseer algo real a un objeto formal. (Aclaro que no quiero entrar a debatir acerca del significado o interpretación que se le pretendió conferir a aquella famosa frasecita, solo pretendo señalar que, aquellos a los que les gusta mencionarla, si la interpretan correctamente, están profiriendo un absurdo).
El lenguaje es una poderosa herramienta de doble filo. Puede iluminar, tanto como oscurecer. Análogamente, el pensamiento crítico aspira a aclarar, no a aceptar o propagar misterios, aspira a la exactitud conceptual y la coherencia argumentativa, en oposición al divague.


3) Hábito de opinar y argumentar solo sobre aquello de lo que se tiene al menos algún
Conocimiento.
Esto debiera ser obvio, pero en la vida real no es así, en particular cuando se trata de temas que superan el conocimiento vulgar. Por ejemplo, alguien me dijo alguna vez que la Teoría de la relatividad de Einstein había echado por tierra con la Mecánica de Newton, es decir que la aceptación de aquella había demostrado que ésta es falsa. Semejante barbaridad solamente puede ser afirmada por quien no tiene la más pálida idea del contenido de las citadas teorías. El mero análisis e interpretación de la ecuación relativista de la masa basta para refutar esa desatinada afirmación (1), y a propósito, me pregunto: ¿por qué será que se sigue enseñando la mecánica clásica, y qué sentido tiene seguir enseñando en las escuelas y universidades algo cuya falsedad se ha demostrado?


4) Hábito de flexibilizar nuestra postura ante los argumentos de los demás, siempre y cuando estén fundados en criterios racionales y lógicos.
Ésta restricción es necesaria para hacer viable cualquier discusión. Ilustremos esto con un ejemplo: si un individuo nos afirma que la certeza de su argumento o conocimiento está basada en su “intuición” o “captación de las esencias”, entonces pueden estar pasando varias cosas:
a) El sujeto posee una supuesta capacidad supra- racional para obtener conocimiento, a la que él puede acceder y nosotros no. Nada entonces puede discutirse, pero además él ha adoptado una postura arbitraria y dogmática. No pretendemos despreciar el valor de la intuición, pero ésta solo debe ser un medio, una herramienta, pero jamás superar al análisis.
b) El sujeto ha caído en el facilismo. Al fin y al cabo, hacer afirmaciones sin más no cuesta nada. Razonar y tratar de justificarlas es mas complicado.
Podríamos abundar en más alternativas, pero para muestra bastan dos botones. Tener la mente “abierta” (como suele decirse), no implica necesariamente caer en la irracionalidad y renunciar a pensar, sino que significa tener la disposición de considerar la opinión de los demás y evaluar sus argumentos.


5) Hábito de rectificarse y corregir los propios errores.
No hacerlo sería caer en la contradicción de exigir a los demás lo que uno no está dispuesto a hacer. Sería, lisa y llanamente, deshonestidad intelectual.
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(1) M=Mo/√(1-v²/c²). siendo M la masa de la partícula a la velocidad v , Mo su masa en reposo y c la velocidad de la luz. Para c»v, M≈Mo.

La Ontología ¿Sirve para algo?

La Ontología es la ciencia que se ocupa del estudio de los aspectos más generales de la realidad, tales como los de existencia, materia, vida, mente, causa, tiempo, etc. Teniendo en cuenta su objeto de estudio, la Ontología constituye una de las ramas más importantes de la Filosofía.
Es habitual entre la gente considerar la Ontología (y la Filosofía en general), como una materia limitada a un montón de especulaciones descontroladas acerca del mundo que carecen de aplicación práctica y distanciadas del sentido común. La mayor parte de la gente considera la actitud de filosofar como una pérdida de tiempo.
Me propongo argumentar contra esta difundida opinión, para lo cual me valdré de un sencillo recurso: intentaré aclarar, tanto como me sea posible, y sin exponer demasiados detalles ni refinamientos, algunos de los conceptos fundamentales que son objeto de la Ontología. Intentaré poner en evidencia que cualquier reflexión acerca del mundo que tenga la pretensión de ser fructífera y profunda requiere necesariamente de la depuración conceptual y el análisis de los conceptos claves involucrados como punto de partida.
Por ejemplo, cuando nos preguntamos acerca de qué es la vida, lo habitual es referirse a “vida” como “entidad” que “anima” a ciertos seres. Esta oscura concepción pertenece al conocimiento vulgar y nada nos dice ni aclara. La confusión radica en que lo que debe elucidarse es el significado del predicado “estar vivo”. En efecto, estar vivo es una propiedad emergente en ciertos sistemas. Aclaremos. El sistema más elemental al que podemos asignarle la propiedad de vivir es una célula. Ella es una unidad capaz de efectuar una serie de funciones o actividades que caracterizan a un sistema del que se puede decir que “vive”, tales como reproducirse, intercambiar materia y energía con el medio ambiente, etc. Y decimos “emergente”, ya que los componentes del sistema, tales como las proteínas, ácidos nucleicos, etc. no tienen por sí mismos la propiedad de estar vivos, solo cuando se integran y organizan para formar una célula, emerge la propiedad de la que hablamos: estar vivo. Cuando efectuamos este análisis, advertimos que expresiones tales como “soplo de vida” son oscurantistas y carecen de significado objetivo. A lo sumo son metáforas.
He mencionado el término “emergente”. No corresponde en esta reflexión hacer un análisis formal del concepto de emergencia. Simplemente expongo una simple analogía: cuando dos o más átomos se unen para formar una molécula, se constituye un sistema que posee propiedades que no eran poseídas por sus componentes separados Y nada de misterioso ni mágico hay en ello. En el caso de un sistema vivo vale lo mismo, solo que se trata de una estructura muchísimo mas compleja. Del mismo modo, una neurona aislada no tiene la capacidad de efectuar una función mental compleja, pero sí puede tenerla un sistema constituido por neuronas.
Examinemos el concepto de causa. En primer lugar debemos poner en claro que se trata de un vínculo que se da entre eventos. Una entidad, por el solo hecho de existir, nada puede causar. Sólo un cambio de estado de una entidad puede ser causa de algo. En consecuencia, una expresión tal como “Dios es la causa primera de todo” es errónea, se asuma o no la existencia de tal entidad.
Mas precisamente: dados dos eventos A y B, decimos que A es la causa de B si la ocurrencia de A es suficiente para que ocurra B. Por ejemplo, si se aplica una tensión longitudinalmente a un alambre tal que supere el límite de rotura de aquel, se romperá. Pero puede ocurrir que dado A, no se de B porque se necesita la concurrencia de otras causas, es decir el evento A es necesario pero no suficiente para que se de B. Decimos entonces que A es una causa de B. Por ejemplo, la formación de nubes es necesaria pero no suficiente para que llueva. En vista de lo antedicho, queda claro que expresiones tales como “todo causa todo lo demás” no resisten el mas elemental análisis, (a propósito, aprovecho para señalar que tal frase no es un invento mío, de hecho, alguien la escribió). Finalmente, (aunque no debiera ser necesario aclararlo), no debemos confundir causas con razones, aquellas deben situarse en el mundo real, mientras que éstas son elaboraciones de nuestros cerebros.
¿Y qué decir de la energía? Pocos conceptos como este son tan mal comprendidos y utilizados irresponsablemente para salvar la imprecisión conceptual, (intencionalmente o no). Es habitual que la gente se refiera a la misma como una “fuerza”, o “misteriosa entidad” responsable de ciertos procesos. En el campo de las ciencias la energía está lo suficientemente caracterizada. A tal punto que se cuantifica y se expresa mediante expresiones matemáticas que la describen perfectamente, más aún, es bien sabido que se la clasifica en energía interna, potencial, cinética, etc. En general, aunque no siempre lo explicitamos, no hablamos de energía a secas, sino de energía de algún sistema material, es decir, la energía es una propiedad (nótese bien, una propiedad y no una entidad) de las cosas concretas. Y una propiedad solo existe a la par de lo que la posee, (las propiedades no existen por sí mismas, son propiedades de algo).
Suficiente con estos ejemplos. Espero que pueda advertirse que la Ontología, (y la Filosofía en general), sirve para algo. Al menos, si la tomamos en serio, puede permitirnos ponernos al resguardo de los charlatanes, las trampas del lenguaje y el irracionalismo. Y puede permitirnos disminuir nuestra ignorancia, y sobre todo, satisfacer en la medida de nuestras posibilidades algo que nos caracteriza a los seres humanos: el deseo de aprender.

La Razón y sus Enemigos.

Asistimos a los grandes logros de la Ciencia y sus aplicaciones. El hombre está explorando el Universo y escudriñando el átomo, descubriendo los mecanismos neuroquímicos del cerebro y descifrando el genoma humano. Nuestro tiempo está marcado por la tecnología, a tal punto que no resulta fácil imaginar como sería nuestra vida cotidiana si no dispusiéramos de los artefactos que el hombre ha diseñado y construido. La Ciencia (no sus falsificaciones), en cuanto conocimiento, (nunca definitivo y siempre perfectible) ha demostrado ser el modo mas sensato y exitoso de que nos valemos para comprender y dominar el mundo. Hasta aquí, un hecho irrefutable.
Pero –paradójicamente-, persisten (y proliferan) doctrinas, prácticas y creencias del tipo mas variado: desde las mas primitivas y ridículas (como la astrología y la grafología), hasta las mas “sofisticadas” (como la parapsicología y la homeopatía), que se caracterizan por ser infundadas, imprecisas y estériles, (divertidas en todo caso). El irracionalismo, el oscurantismo y la superstición están a la orden del día. Por todas partes pululan curanderos, videntes, astrólogos y estafadores de todo tipo, y, para peor, muchos de ellos tienen la desfachatez de lucrar con la ignorancia de la gente.
Cabe preguntarse: ¿cuáles han sido los logros teóricos y prácticos de cualquier seudociencia en siglos de existencia, (aparte de engañar a millones de crédulos)? ¿Por qué las seudociencias no nos exponen teorías, enunciados legales y mecanismos explicativos de los eventos a que se refieren?, ¿y por qué no nos ofrecen procedimientos empíricos objetivos que nos permitan corroborar sus afirmaciones?
La respuesta a semejante contradicción de la historia humana, (el avance del racionalismo y del irracionalismo a la par) corresponde a la Sociología y Psicología social, pero aún así permítaseme expresar la opinión de que existen por lo menos dos factores de peso que contribuyen al problema:
En primer lugar, la poderosa influencia de los dogmas religiosos que venimos arrastrando desde hace siglos ejerce un efecto paralizante sobre la capacidad de cuestionar y criticar del ser humano. Por definición, el dogma no admite la crítica racional ni la comprobación empírica y debe engullirse tal como se lo impone. La enseñanza religiosa promueve el pensamiento mágico y místico, y la aceptación de verdades eternas e irrefutables, y por tanto, censura la capacidad de analizar. Pero, ¿no es precisamente esa capacidad la que nos permite tratar de conocer la naturaleza del Ser y el Devenir? La sociedad (y las ideas que en ella se generan) es un sistema que está cambiando permanentemente, y el dogma religioso viene rezagado respecto de este cambio. Recuérdese que debieron transcurrir siglos antes que el Papa Juan Pablo II ordenara la formación de una comisión que terminó reivindicando las censuradas ideas de Galileo, (por citar un ejemplo). Obviamente, debe tolerarse y respetarse la creencia y la convicción religiosa, acá solo pretendemos señalar los efectos nocivos para el intelecto humano que resultan de la imposición o inculcación de dogmas.
En segundo lugar, las pautas educativas sobredimensionan el aspecto cuantitativo en detrimento del cualitativo. La acumulación de información no garantiza el logro de lo que debiera ser un objetivo primario de cualquier sistema educativo: enseñar a pensar.
Me pregunto: ¿no valdría la pena promover ya desde tempranas etapas de la educación el estudio de la Lógica y la Semántica, el análisis conceptual, (crítico y racional), como herramientas para analizar el mundo? Probablemente el estudio profundo de lo que es la Ciencia, su naturaleza, técnicas y objetivos, contribuiría a lograr lo antedicho, puesto abordar problemas de modo científico, exige la racionalidad y la comprobabilidad como criterios fundamentales (epistemológico y metodológico, respectivamente). Solo la combinación de la razón y la experiencia puede permitirnos obtener un conocimiento objetivo de la realidad.

La Contrastabilidad y el Método no Agotan la Ciencia.

La contrastabilidad de un enunciado fáctico es la propiedad de éste, o de otro inferido lógicamente a partir de él, de ser capaz de ser sometido a un test empírico a fin de evaluar su adecuación o no a los hechos a los que se refiere.
La contrastabilidad de los enunciados constituye una de las características fundamentales de la ciencia fáctica, y es, entre otras cosas, lo que permite diferenciarla de otros campos de conocimiento. De hecho, lo que es peculiar a la ciencia es que está conformada por teorías cuyas hipótesis de un modo u otro deben evaluarse a la luz de su concordancia con la realidad. Por eso es que la Ciencia es conocimiento confirmable y verificable.
Ahora bien, esta característica, en contraposición con de la opinión popular, no agota la ciencia. La idea de la mayoría de la gente de que el conocimiento científico es básicamente conocimiento comprobable muestra a las claras la limitadísima idea que se tiene acerca de lo que la Ciencia es en cuanto conocimiento. Los antiguos griegos, (algunos siglos A.C.), postularon la hipótesis de la existencia de los átomos, y estos pudieron ser observados sólo hace algunos años. ¿Cómo se explica que tal hipótesis fue firmemente sostenida y creíble durante tantos años?, porque esa hipótesis permitió fundar teorías coherentes y fructíferas. Es apropiado señalar que en la actividad científica no existen restricciones en cuanto a la formulación de hipótesis. Pueden éstas ser del tipo mas especulativo o alocado como se quiera, pero deben someterse al tribunal de la experiencia (entre otros requisitos). Al fin y al cabo, debieron transcurrir unos ocho años antes de que se realizara un experimento crucial que permitió obtener un dato confirmatorio de la Teoría de la Relatividad General. Mientras tanto, esta teoría, sumamente “anti intuitiva”, se aceptaba por su coherencia teórica.
Opino que el limitado conocimiento que tiene la mayoría de la gente acerca de la naturaleza de la Ciencia, tiene su raíz en el hecho de que en las instituciones educativas solo se pone especial énfasis en las características del método científico, como si éste agotara la Ciencia. Se pierde así de vista una aspecto mas profundo y básico: el conocimiento de los fundamentos filosóficos de la Ciencia, lo que implica necesariamente atender a sus supuestos básicos (implícitos y explícitos), su Ontología y Epistemología. Por ejemplo, si supusiéramos que no existen regularidades naturales, ¿que sentido tendría tratar de inventar enunciados (leyes) (1) que intenten reflejarlas? Si supusiéramos que es imposible aproximarnos al conocimiento de la realidad, ¿qué sentido tendría inventar teorías que nos reflejen un esquema de la estructura de la misma?, dicho mas sencillamente, ¿para qué perder el tiempo intentando conocer la realidad? Si supusiéramos que al efectuar una medición un espíritu travieso puede afectar el funcionamiento del instrumento, de modo tal que seamos engañados, ¿qué sentido tendría realizar la medición? Si supusiéramos que al estudiar el comportamiento de partículas sub atómicas, y éstas se aniquilan, ¿por qué nos preocupamos en rastrear en qué se han convertido?
Si reflexionamos acerca de estas cuestiones, caemos en la cuenta de que la actividad del científico se apoya en una serie de supuestos fundamentales, a saber:
-La existencia de leyes objetivas, y por ende la existencia de una realidad exterior al sujeto cognoscente e independiente de él.
-La negación del sobrenaturalismo y la ausencia de la magia.
-La posibilidad de la cognoscibilidad de la realidad (provisoria y perfectible).
-La afirmación de que ningún ente puede surgir de la nada ni convertirse en nada.
Éstos, y otros, son supuestos fundamentales de la Ciencia fáctica, y solo un necio puede no reconocer que fueron y son, hasta el momento, contundentemente fructíferos y confirmados.
Indudablemente, los partidarios del relativismo cognitivo y los adictos a la superficialidad no se han puesto a pensar seriamente en estas cuestiones. Es más fácil, “original”, y acorde a la moda afirmar que la Ciencia es un mito, o que es la concepción que adopta un sistema social en un período histórico determinado. Es más fácil afirmar que las teorías científicas son “paradigmas”, o que tienen es mismo status que la astrología o cualquier otra superstición. En suma, es más fácil expresar opiniones que disponerse a estudiar y pensar seriamente. Más aún, existen quienes afirman que los enunciados científicos son dogmas. Me pregunto, si esto es así, ¿por qué será que la Ciencia avanza y se rectifica cada vez que es necesario?, ¿o tal vez quienes profieren esas afirmaciones no conocen el significado de la palabra “dogma”? Hay que admitir que la actitud dogmática estuvo fuertemente arraigada durante la funesta Edad Media, durante la cual los escritos de Aristóteles eran considerados la última palabra respecto de temas científicos, pero ello fue debido a la poderosa e intolerante institución eclesiástica establecida, y, afortunadamente, es cosa del pasado.
Como puede ya notarse, el método y la contrastabilidad hacen al aspecto pragmático y estratégico de la investigación, pero tienen su raíz en cuestiones más fundamentales, de hecho, de índole filosófica. Dicho de otro modo, la Ciencia no se reduce a una serie de “recetas” y procedimientos destinados a descubrir leyes y aplicarlas, sino que constituye una cosmovisión de la realidad, a mi entender, la más estupenda, apasionante y útil de la cultura humana.


(1) Es importante recordar que los enunciados legales son invenciones del ser humano, que pretenden reproducir las correspondientes regularidades de la naturaleza, (leyes propiamente dichas). La no distinción de estos dos conceptos ha conducido a grotescas confusiones entre el ser y el conocer, como es típico de los adeptos del relativismo cognitivo.

¿Existe el Alma?

El título con que presentamos esta reflexión es una pregunta que suele suscitar interminables y acalorados debates. Esto es debido a que se elude, intencionalmente o no, la pregunta clave que debe ser punto de partida de la discusión. Es decir, debemos explicitar lo más claramente posible qué entendemos que significa el término “alma”. En efecto, si queremos indagar acerca de la existencia o inexistencia de algún objeto que escapa al examen empírico directo, en primer lugar debemos exponer cuáles son las propiedades que le atribuimos a dicho objeto. Se impone, por tanto, comenzar por el análisis semántico.
Intentaré aclarar el significado del término que nos ocupa.
El alma es una supuesta entidad sobrenatural, inmaterial y eterna. Su modo de ser escapa a las leyes naturales conocidas o desconocidas. Existe independientemente del ser que la posee, y por lo tanto, no se necesita ni basta el estudio del sistema nervioso, (mas precisamente del cerebro) si queremos conocer su naturaleza. Esta descripción se ajusta a una visión sobrenaturalista del mundo y es compatible con la religión, la creencia en los fantasmas, en la comunicación con los difuntos, etc., es decir, se fundamenta en la fe ciega, la aceptación de verdades reveladas y en la aceptación acrítica de historias aisladas, no reproducibles y de veracidad no confirmada. Vale también la pena mencionar que la identificación del alma como una “energía” es tan absurda como la atribución de energía al alma. Como lo recalcamos en varias oportunidades, la palabra “energía” suele usarse en forma ambigua e imprecisa, sin tener en claro su significado.
Y ocurre que, transcurridos unos cuantos milenios, y tras interminables especulaciones de teólogos, nadie ha podido ofrecernos la mínima evidencia de la existencia del alma, (al menos como entidad inmaterial). Por el contrario, la Neurociencia y la teoría de la evolución nos ofrecen un bagaje impresionante de nuevos y sólidos conocimientos. ¿No será que la arcaica y obsoleta idea del alma como objeto sobrenatural debe ser reemplazada por ideas modernas y contrastables empíricamente? Dejo planteada esta pregunta libremente al lector.
Desde una perspectiva naturalista, “Alma”, (o “Espíritu”), no existe como entidad real, aunque podemos imaginarla, es decir, solo existe en los cerebros de quienes creen en ella. En todo caso, y si se quiere conservar el término, es el nombre con que se designa un conjunto de funciones que es capaz de ejecutar un sistema biológico altamente evolucionado y complejo (tal como el cerebro humano).No existe independientemente del ser que la “posee”, del mismo modo que no existe una idea si no existe un cerebro que la genere, del mismo modo que no existe el movimiento si no existen objetos que se muevan, del mismo modo que no existen la ira, el amor, el odio, la alegría o la fe sin que exista un ser capaz de experimentar ira, amor, odio, alegría o fe. Las propiedades y las funciones no existen en sí mismas, sino a la par de los objetos que las poseen y de los objetos que ejecutan funciones.
La concepción naturalista se apoya en la Neurociencia moderna, es decir, en el conocimiento objetivo y contrastable del sistema nervioso y sus vinculaciones con otros sistemas que conforman un ser vivo tal como el ser humano. En realidad, en el ámbito de la ciencia natural, no interesa demasiado indagar acerca de la existencia de almas, espíritus o fantasmas. Simplemente estos entes quedan excluidos de la investigación, ya que, se asuma o no su existencia, escapan al examen empírico. Se han elaborado teorías acerca del átomo, los fotones, los campos, etc. pero no existe ninguna teoría acerca del alma. Como es bien sabido, los enunciados de una teoría deben ser capaces de someterse a la contrastación experimental, (salvo en el caso de las ciencias formales).
En resumen, la discusión acerca de la existencia o no del alma es estéril y puede conducir a cualquier cosa si no se aclara en primer lugar el significado del término que se emplea para designar el concepto, y la respuesta a la pregunta que inspira esta reflexión depende de la concepción del mundo que se asuma, (si es que se asume alguna).